Sesgos cognitivos: cómo nos engañamos a nosotros mismos
Cuando hablamos de información errónea y de estrategias de desinformación, dos de las preguntas que siempre sobrevuelan son: ¿Quién nos engaña? Y, ¿por qué? La percepción social y diversos estudios académicos señalan a los partidos políticos, los gobiernos, los influencers, los medios de comunicación, activistas y la gente en general. Pero todos estos potenciales agentes maliciosos cuentan con un aliado potente: nuestro cerebro. Sí, a veces lo que se equivoca y nos hace creer más fácilmente las mal llamadas fake news es nuestro propio cerebro, nuestra mente, nosotros mismos. Os explicamos qué son los sesgos cognitivos y por qué nos sumen en la desinformación y la información errónea.
El Digital News Report 2021, un estudio de referencia que cada año publica el Reuters Institute, refleja que nos preocupan principalmente las falsedades difundidas por los políticos y por los medios. En el caso de la Covid-19, un 42% de los encuestados españoles están preocupados por la información errónea y engañosa que difunden los gobiernos, los partidos políticos y las personas que se dedican a la política. Le sigue la preocupación por las falsedades distribuidas por los medios de comunicación y los periodistas (11%), los gobiernos extranjeros (11%), los activistas (10%) y la gente común en la red (9%). ¿A quién le preocupan, sin embargo, las falsedades que nos puede inducir a creer nuestro propio cerebro? ¿Quién es consciente de los sesgos cognitivos que todos tenemos?
Sesgos cognitivos: ¿qué son?
Nuestro cerebro toma muchísimas decisiones de forma muy rápida constantemente. Por eso, a veces, se pone en modo low bat y para economizar energía cognitiva, simplifica y coge atajos. Esto, en psicología, se llama «heurística». A veces, sin embargo, estos atajos nos llevan a equivocarnos y cuando esto ocurre, estamos ante lo que conocemos como «sesgos cognitivos». Begoña Díaz, psicóloga, doctora en Ciencia Cognitiva y Lenguaje y profesora de UIC Barcelona, explica cómo funcionan: «Los sesgos cognitivos nos llevan a favorecer siempre un tipo de respuestas frente a otros. No valoramos toda la información que tenemos, ni siquiera nos planteamos si tenemos la información suficiente; sino que nos proporcionan atajos mentales. Esto nos lleva a cometer errores sistemáticamente».
Xavier Oriol Granado, investigador en el departamento de Psicología de la Universidad de Girona, añade: «Nuestro cerebro se adapta al entorno y genera atajos mentales para ser más eficiente. Los sesgos cognitivos son adaptaciones que hace el cerebro al entorno para maximizar, de alguna forma, la supervivencia, la reproducción y la vida social». Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto, en Bilbao, y autora del libro Nuestra mente nos engaña. Sesgos y Errores cognitivos que todos cometemos, describe en esta obra los sesgos cognitivos como «los errores que cometemos cada uno de nosotros de manera más o menos sistemática, como si estuvieramos programados (de hecho, lo estamos) para cometer ese mismo error». En el libro, Matute asegura: «Nuestra mente nos engaña y cuanto antes seamos conscientes de ello, mucho mejor. La adaptaciones no consisten en percibir y recordar fielmente la realidad, sino en percibir y recordar lo que nos ayude a tomar decisiones más adecuadas para conseguir un mayor nivel de supervivencia».
Cómo nos engañamos a nosotros mismos
Enumeramos aquí algunos de los sesgos cognitivos más conocidos y que intervienen en el proceso de la información y también de la desinformación:
Sesgo de confirmación
Cuando nos informamos, a menudo, queremos ratificar ideas previas, porque eso nos hace sentir bien. Es lo que se llama «sesgo de confirmación». La profesora de UIC Barcelona asegura: «Somos máquinas de pensar que tenemos la razón, que no nos podemos equivocar». Tanto los/las periodistas como la audiencia o los receptores de una información están marcados por este sesgo, según Díaz: «Tendemos a buscar solo información que está de acuerdo con nuestras creencias. Tendemos a hacer las preguntas de manera sesgada». Así, puede que el/la periodista plantee un cuestionario de manera que busque la confirmación de una idea previa y no escarbe más para encontrar toda la información. Este sesgo nos lleva a comprar sistemáticamente un diario porque su línea editorial coincide más con nuestra visión; nos lleva a buscar la información en Google o cualquier otro buscador de manera que nos ratifique lo que queremos encontrar. También nos creemos más inocentemente aquella desinformación que cuadra con nuestras ideas.
Sesgo de grupo
Nuestro cerebro simplifica y tiende a integrar a las personas en dos grandes grupos: el «nosotros» y el «ellos». El «nosotros», al que pertenecemos, es el grupo bueno -para explicarlo también de forma simplificada y aquel «ellos» que desconocemos son los malos, los que se equivocan, los que nos amenazan. Este sesgo nos lleva a tragarnos la desinformación que cuadra con el esquema mental que los demás son malos y los de nuestro grupo somos buenos.
Sesgo de autoridad
¿Os creéis todos los vídeos de Tik-tok o de Instagram en los que sale alguien con bata blanca? ¿Os planteáis si son médicos de verdad o solo se han puesto bata blanca para conseguir credibilidad? El sesgo de autoridad implica reconocer autoridad a alguien que, en realidad, no la tiene. Por ejemplo, consideramos como referencia alguna influencer sin formación científica hablando de nutrición o del cambio climático. También se emplea en publicidad; cuando otorgamos calidad a un producto o lo queremos solo porque lo anuncia una persona famosa. El sesgo de autoridad puede conducirnos a creernos una información falsa que nos aporta una persona que admiramos o una persona que se hace pasar por un experto/a.
Sesgo de anclaje
Cuando un barco echa el ancla, allí se queda. Pues nuestro cerebro, también. «La primera información que recibimos es la que conforma nuestra opinión. Después, tal vez, recibimos información en contra, pero ya no la tenemos en cuenta», explica Díaz. Este sesgo es problemático sobre todo si tenemos en cuenta la inmediatez que nos exige la sociedad hoy. Los medios quieren ofrecer información en primicia y ser los primeros; pero si se equivocan, las enmiendas no llegarán tanto. Este sesgo también explica el hecho de que una información falsa inicial llegue mucho más que su desmentido. En este sentido, los verificadores trabajan para llegar antes que las mentiras; es lo que se conoce como pre-bunking, que se considera más eficiente que el debunking. Si te llega el desmentido primero; ya no caerás en la falsedad.

Sesgo de anclaje, ancla
Sesgo de verdad ilusoria
Implica que tendemos a creernos lo que tiene una apariencia o una pátina de veracidad. Pero, a veces, no es cierto; solo nos resulta familiar. Así, solemos dar credibilidad a lo que hemos oído muchas veces; por eso triunfan las teorías de la conspiración y las farsas que se hacen virales. Este sesgo también explica por qué nos creemos mentiras tras las cuales hay una suplantación de identidad de una persona, una empresa o una institución. Los deepfakes o ultrafalsos juegan también con este sesgo a favor. También la capacidad de viralización de Twitter, WhatsApp o YouTube ayudan a dar la sensación de familiaridad de las mentiras.
Sesgo de arrastre
«Se trata de hacernos creer que todo el mundo cree lo mismo respecto al tema que nos están contando. Se emplea mucho en los mítines», afirma Díaz. Este sesgo puede tener un efecto crucial en la opinión pública; la gente tiende a sumarse a lo que identifica que es la opinión mayoritaria. Por ejemplo, cuando la cobertura electoral de los medios prioriza las encuestas, se puede producir este efecto que la gente vote a quien las encabeza. En las redes sociales, puede pasar que creemos más lo que más gente de nuestra comunidad comparte.
Sesgo de percepción selectiva
Favorece que prestamos atención solo a lo que nos interesa o lo que coincide con nuestras creencias. Esto condiciona bastante la manera en la que nos informamos; pero también la mirada de los periodistas y los relatos que construyen de la realidad. Así, por ejemplo, la gente que crea que los transgénicos son perjudiciales no prestará demasiada atención a las informaciones que concluyan lo contrario.
¿Podemos escapar de nuestros sesgos?
Tanto Matute como Granado y Díaz coinciden en que es difícil. Pero podemos intentarlo. De hecho, hay algunas estrategias y también se han hecho investigaciones y experimentos en esta línea, lo que se conoce como «debiasing» (viene del inglés «bias», sesgo). Díaz explica que estas investigaciones han consistido en explicar los sesgos y pedir a la gente que valore otros puntos de vista a la hora de tomar decisiones. «Es difícil cambiar estos mecanismos, porque son muy automáticos. Ponernos en el modo anti-sesgo conlleva un coste de procesamiento muy severo», continúa la profesora de UIC Barcelona. A pesar de la dificultad, para intentar tomar decisiones con los mínimos sesgos posibles, hay que ser consciente, darnos tiempo y consultar otras informaciones.
Por su parte, Granado apuesta por enseñar pensamiento crítico: «Debemos explicar en las escuelas e institutos que leer la información tan rápida tiene una carga emocional importante. Y hemos de explicar cuáles son las dificultades que ello nos puede comportar como seres humanos. Debemos ser capaces de intentar analizar las noticias y la información de forma mucho más crítica. Es difícil hacerlo cuando, en realidad, toda la sociedad va hacia otro lado». Díaz reflexiona: «Gastaremos mucha energía en informarnos bien, pero es útil».
La (des)información es emocional
Aunque el periodismo se basa en hechos y en datos, a menudo la manera en la que nos informamos es emocional. Y también lo es la desinformación. Una de las claves de su éxito es incitar miedo, según explica Díaz: «Cuando la desinformación apela a nuestros miedos, hay poco que hacer. Porque apela a una emoción tan básica como es la supervivencia. Estamos hechos para sobrevivir». Sobre la infodemia o sobreabundancia informativa, el investigador de la UdG explica que «nuestro cerebro no está preparado evolutivamente para poder analizar tanta información y tenemos una gran tendencia a dejarse llevar por los titulares y los mensajes breves». En este sentido, prosigue Granado, cuando nos informamos hoy a través de redes como Twitter o Facebook analizamos esta información de una manera mucho más emocional, mientras que décadas antes la lectura de la información era más racional (lo que se conoce como el sistema 1 y el sistema 2 de Daniel Kahneman, psicólogo premio Nobel de Economía en 2002).
El investigador de la UdG critica la polarización que fomentan las plataformas: «Cuando tu equipo marca un gol, esto genera una sensación de euforia colectiva. En psicología social, llamamos ‘contagio emocional’. Históricamente, siempre se ha visto en rituales colectivos. Se producía en grupos que estaban juntos en un espacio y un momento determinados; ahora este espacio es virtual y puede ser infinito. Y nuestro cerebro está preparado para funcionar en grupos pequeños. Este es el gran reto que tiene hoy en día la humanidad». Granado considera que la polarización «es un comportamiento muy tribal que habíamos intentado superar, de alguna forma, a partir de la Segunda Guerra Mundial, y que las redes sociales están provocando, otra vez».