Covid-19: anatomía de una pandemia de bulos
Cerraduras, manivelas, pestillos, pomos, candados, vallas. Todos ellos se han abierto poco, muy poco, estos últimos meses. Han sellado centenares de millones de hogares para prevenirlos del Covid-19, un virus que desde finales de 2019 ha puesto en jaque el mundo. Millones de personas han tenido que conformarse con asomarse a ventanas, balcones y patios para acceder a un pequeño pedazo de cielo. Pero la ciudadanía se ha relacionado con el exterior principalmente a través de otras ventanas. Televisiones pero, sobre todo, móviles y tabletas, han sido miradores constantes a los acantilados de la pandemia.
Por estas pantallas, a través de redes sociales y otros canales como WhatsApp, ha circulado, y lo hace todavía, otro virus: el de la desinformación. ¿Cuáles son sus brotes? ¿Cómo nacen las informaciones falaces? ¿Quién las propaga? ¿Podemos evitar que nos inoculen mentiras? ¿Cuáles son los síntomas de este virus de la desinformación? ¿Cómo es la transmisión comunitaria? ¿Cómo evitar contagiarnos? ¿Hay antídoto o tendremos que aprender a convivir con el virus de la desinformación?
Diseccionamos aquí los brotes y las cadenas de transmisión de una pandemia de bulos que amenaza la salud de la red.
Los brotes
El brote del origen
Diversos bulos conforman este brote. No, el coronavirus no ha sido creado por Bill Gates para dominar el mundo, ni tampoco guarda relación con las redes de telefonía 5G. Por supuesto, tampoco tiene un origen extraterrestre ni es un virus prehistórico que se ha extendido por el deshielo del Ártico. Las incertezas iniciales sobre el origen del virus alimentan este brote que, meses después, continua activo.
El brote de la prevención
En el siglo XXI, también existen los chamanes. Proliferan bulos que pretender ofrecer la panacea contra el coronavirus: que si puede prevenir la infección el comer guayaba, tomar bebidas calientes, hacer gárgaras, llevar una dieta alcalina, comer ajo, beber lejía, añadir pimiento picante a las comidas, lavarse las manos con orina infantil… Todo carece de fundamento.
El brote de la transmisión
La información científica de cómo se contagia el virus era escasa e incierta en los inicios de la pandemia y ello sirvió como combustible para avivar mentiras del estilo de que podían transmitir la infección la picadura de mosquitos, las moscas… e incluso los pedos. También hubo mucha confusión sobre si el virus se extendía más en función de la calor y de la humedad; pero la OMS confirmó que la transmisión se da en todo tipo de climas.
El brote del tratamiento
En un escenario en el que la comunidad científica, aunque trabaja con ahínco, todavía no ha logrado encontrar un medicamento ni tampoco una vacuna para el Covid-19, todos los rumores y bulos que circulan sobre el tratamiento proporcionan esperanza, una falsa esperanza, a muchas personas que la necesitan. Se ha hablado mucho sobre el uso de la hidroxicloroquina y la cloroquina, sustancias usadas en el tratamiento de otras enfermedades que se está estudiando si pueden ser útiles contra el Covid-19. Pero el proceso para que un medicamento sea aprobado es lento y, automedicarse puede ser muy peligroso, a veces, letal. También hay muchos bulos sobre la supuesta inseguridad de las futuras vacunas; unas mentiras que los profesionales de la salud temen que puedan perjudicar la salud pública.
El brote de los infectados
Los bulos y el chismorreo se dan la mano para crear la desinformación más rosa sobre quién y quién no tiene el popularísimo virus. Esto ha afectado a muchas figuras públicas, pero también hay una cara más social y xenofóbica que acusa a los immigrantes de introducir el virus en algunas poblaciones y causar estragos en los hospitales.
El brote del negacionismo
El Covid-19 existe. Es un hecho. ¿Alguien puede negarlo después de más de 30,8 millones de casos y más de 957.000 muertes, según el mapa del coronavirus de la Universidad John Hopkins a mediados de septiembre? Pues sí, hay quien lo hace. Este negacionismo es un problema de salud pública y también la banalización del virus, en la cual participaron al principio de la pandemia las autoridades públicas, políticas y sanitarias, cuando intentaron soliviantar a la población con la afirmación que la enfermedad era similar a una gripe. Más tarde, las evidencias demostraron que no, que era -es- peor. Confirmado esto, ahora los rumores y las negaciones ponen el foco en los métodos de prevención: que si las mascarillas provocan hipoxia (falta de oxígeno en el organismo), cáncer, si perjudican el funcionamiento del sistema inmunitario, que si las PCRs (pruebas para detectar la infección) no son eficaces, que si las vacunas que se intentan investigar no tendrán sentido… Los antivacunas y los antimascarillas se dan la mano. En este brote, circula un vídeo de los autoproclamados «Médicos por la verdad». ¿Por qué será que en éste, y otros asuntos, los que difunden mentiras se ponen la coletilla de «… por la verdad»?
El brote político
La crisis del coronavirus no es solo sanitaria, también tiene una dimensión educativa, económica, social, cultural y, como no, política. Se aprovecha la situación para atacar gobiernos y partidos; tanto a nivel local, regional, estatal como también en las relaciones internacionales. Un estudio del Reuters Institute sobre la desinformación en tiempos de coronavirus señala que los bulos de tema político, sobre las medidas de los gobiernos y de la OMS, son los más habituales. Otra investigación sobre el Covid-19, publicada en la revista El Profesional de la Información, y realizada por académicos de la Universidad de Navarra, concluye que en España los bulos políticos y gubernamentales se encuentran también entre los más frecuentes.
Debemos prestar atención; pues a estos brotes, se sumarán otros. Pero otra pregunta crucial es: ¿Cómo se transmiten? ¿Qué determina su viralidad?
Las cadenas de transmisión
El WhatsApp
Diversos estudios confirman que WhatsApp es la plataforma donde más se viralizan los bulos y allá donde es más difícil reconstruir y romper la cadena de transmisión. Ha pasado con el coronavirus y pasó antes; se requerirán más medidas para parar esta difusión. Aunque algunas plataformas están tomando cartas en el asunto de las fake news con advertencias de que el contenido es falso, las redes sociales son todavía campo de batalla y muchos piensan que deberían hacer más.
Las autoridades
El impacto de la desinformación es masivo cuando las autoridades participan en su propagación. Así lo concluye una investigación de expertos de la UOC publicada en la revista Misinformation Review y en la que se analiza cómo se viralizó una información falsa sobre los efectos adversos del Ibuprofeno para tratar el coronavirus. Epidemiólogos de prestigio desmintieron estos supuestos efectos del coronavirus, pero el hecho de que fuera el ministro de Salud francés quien inició la cadena y después otras autoridades y medios de comunicación amplificaran la afirmación, hizo que mucha gente lo creyera. Autoridades públicas y la propia OMS también han participado de la confusión general cuando han querido dar información sobre cuestiones que aún no se sabían y que después la investigación científica ha desmentido: por ejemplo, primero se dijo que las mascarillas no eran métodos de prevención válidos; que las criaturas eran supertransmisores y que las consecuencias del coronavirus eran similares a las de una gripe.
Los influencers
Considerados casi como los dioses del siglo XXI para los jóvenes, una nueva suerte de oráculo de Delfos, cuando los influencers predican, muchos fieles asumen sus discursos y sus consejos. Más de 12.000 retuits amplificaron el vídeo de una influencer publicado por VICE en el que defendía que beber semen puede prevenir el Covid-19. La proclama es llamativa, aunque totalmente falsa. Un estudio del Reuters Institute apunta que la mayoría de misinformation durante los primeros tiempos del coronavirus provenía de internautas comunes y corrientes y tenía poca repercusión. Sólo el 20% procedía de políticos, celebrities e influencers; pero sus bulos representaban el 69% del engagement en redes sociales. Por eso mismo, porque los influencers tienen una gran bolsa de seguidores y un poder de amplificación enorme, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, les pedía ayuda para difundir las medidas de prevención entre los jóvenes. Muchos respondieron a su llamamiento; algunos utilizan su altavoz para desmentir bulos y divulgar ciencia, como, por ejemplo, con los vídeos «Los estafadores de la pandemia» o «Toda la verdad sobre el 5G, ¿peligro?, ¿causante del coronavirus? del canal La gata de Schrödinger.
Los falsos sanitarios
Seguro que os ha llegado un vídeo de Youtube, un mensaje de WhatsApp o una publicación de Facebook de un supuesto médico o una supuesta enfermera. Ante estos mensajes, sospechad. Otro estudio establece que los bulos del coronavirus en España se han propagado sobre todo por fuentes suplantadas (38%), tanto científicas como institucionales, y por fuentes anónimas (36%).
Cóctel de certezas y mentiras
Hay mil maneras, algunas sofisticadas y otras más sencillas, de engañar a la población a través de internet y, especialmente, de redes sociales. Las más frecuentes son aquellas en las que se entremezclan aspectos que son verídicos y otros que se han manipulado o se han inventado. El estudio del Reuters indica que estas medias verdades y medias mentiras (lo que en el estudio se llama como «reconfigured content»), se propaga mucho mejor, tiene mucho más engagement, que el contenido totalmente inventado.
El miedo... y el odio
Ya se sabe: el miedo es un potente acelerador, propagador, y un mal compañero. Y también lo son el odio y la xenofobia. Muchos aprovechan la situación de vulnerabilidad y de miedo de la población para extender, a través de la manipulación y las mentiras, determinadas ideas políticas, odio a ciertos grupos a los que acusan de introducir y propagar el coronavirus y desconfianza hacia las autoridades y determinados partidos políticos.
Nuestros prejuicios, claro
A veces quien nos engaña puede ser nuestro cerebro. Creemos lo que queremos creer, aquello que cuadra con nuestras ideas políticas o de otro tipo. Es lo que se conoce como «sesgo de confirmación» y es un fenómeno psicológico que nos predispone a creer determinados bulos. Hay más explicaciones psicológicas sobre por qué somos vulnerables a la desinformación y cómo trabajar estas debilidades; las recoge First Draft en la serie de artículos The psychology of misinformation.
Y una vez conocidos los brotes y las cadenas de transmisión del virus de la desinformación, ¿Cómo podemos protegernos? Acudir a fuentes fiables y contrastar la información son dos estrategias clave para no infectarnos. Para disponer de información de calidad, pueden ser útiles estas preguntas y respuestas sobre el coronavirus recopiladas por la OMS, como también el documento What we know now about Covid-19, editado por la misma organización.
Las autoridades sanitarias locales, regionales, estatales y supraestatales como la Unión Europea también ponen a disposición información sanitaria que puede resultar útil. Además, diversos verificadores han listado los bulos sobre el coronavirus para ponernos en alerta: lo han hecho, entre otros, Newtral, Verificat, Maldita, EFE Verifica, AFP Factual en español. También en esta base de datos que incorpora bulos detectados por verificadores de 70 países.
Al igual que el Covid-19, el virus de la desinformación continuará circulando. Y en este caso, no vale lavarse las manos. La educación mediática en verificación digital, junto con la responsabilidad individual y colectiva constituyen los mejores métodos de prevención.